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Bruselas debe cumplir con los agricultores de los PECO para reducir las desigualdades y adelantarse a la ola populista

En un momento en el que el acuerdo sobre los cereales en el Mar Negro pende de un hilo ante las amenazas de Rusia de retirarse antes de la fecha límite del 18 de mayo, el Secretario General de la ONU, António Guterres, ha expuesto su visión para su preservación en una carta al Presidente ruso, Vladimir Putin. Sin embargo, Sergei Lavrov, Ministro de Asuntos Exteriores de Rusia, ha echado agua fría a las esperanzas de avance, considerando que los progresos hacia el cumplimiento de sus demandas de exportación agrícola “no son muy notables”, tras reunirse con Guterres el 24 de abril.

El posible fracaso del acuerdo se produce en un momento en el que la paciencia de los países de Europa Central y Oriental (PECO) se agota ante las exportaciones de grano ucraniano que entran en el bloque a través de los “carriles de solidaridad”, que han dejado a los agricultores locales en una situación desesperada y han provocado protestas. Teniendo en cuenta las próximas elecciones generales en la región y el importante peso electoral de sus agricultores, Bruselas debe aprovechar la oportunidad para adaptar sus políticas agroalimentarias, a menudo injustas y alejadas de la realidad, para apoyar mejor a los agricultores locales y ayudar a prevenir un inminente giro hacia el populismo euroescéptico.

Los carriles de la solidaridad ceden

Tras meses de creciente presión, la frustración de los PECO por las consecuencias imprevistas de la iniciativa de la UE “carriles desolidaridad” llegó a su punto de ebullición en abril, cuando Polonia, Hungría, Eslovaquia y Bulgaria prohibieron las importaciones.

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Para justificar la polémica medida, que desencadenó una reacción en cadena en la región, el Ministro polaco de Agricultura, Robert Telus, afirmó que “nos vimos obligados a hacerlo” para proteger a los agricultores del país “porque la Unión Europea tenía los ojos cerrados ante el problema” de los grandes flujos de cereales ucranianos más baratos, que han hecho bajar los precios en gran detrimento económico de los agricultores locales.

Ante la condena surgida en los círculos diplomáticos de Bruselas por la supuesta ilegalidad de las prohibiciones, el portavoz de la Comisión, Eric Mamer, ha subrayado alentadoramente que la respuesta de la UE “no consiste en sancionar”, sino en “encontrar soluciones”. La semana pasada, el Ejecutivo comunitario anunció una ayuda adicional de 100 millones de euros para los cinco países “de primera línea”, al tiempo que acordaba prohibir la venta de grano ucraniano en sus territorios si dejaban entrar exportaciones ucranianas en tránsito hacia otros países.

Polonia ha levantado temporalmente su prohibición en medio de las negociaciones, aunque la votación del 27 de abril de la comisión de comercio del Parlamento Europeo a favor de prorrogar el plan de cereales podría complicar las cosas. Independientemente de la resolución final, la intensidad de las protestas registradas en Polonia, Bulgaria y Rumanía en las últimas semanas pone de relieve el imperativo económico y político urgente de evitar la burocracia y prestar apoyo sobre el terreno a los agricultores.

El debate sobre las etiquetas alimentarias divide el continente

Pero el cereal ucraniano no es la única amenaza de Bruselas para los agricultores de los PECO. La largamente esperada propuesta de la Comisión de una etiqueta alimentaria obligatoria en la parte frontal del envase (FOP) sigue generando incertidumbre y controversia en todo el bloque, siendo Nutri-Score, con diferencia, la más polarizante de las etiquetas en estudio. Aunque siguen contando con el respaldo de pesos pesados como Francia, Alemania, España y los Países Bajos, varios países de Europa Central y Oriental -en concreto Hungría, Rumanía y la República Checa- han expresado abiertamente su oposición a Nutri-Score, uniéndose a una coalición mediterránea formada por países como Grecia, Italia y Chipre.

Los detractores de Nutri-Score han destacado la escasa fiabilidad del algoritmo del sistema, que califica la salubridad de los alimentos y bebidas en una escala de “verde A” a “rojo E” basada mayoritariamente en el contenido de sal, azúcar y grasa. De hecho, el algoritmo ha tenido que actualizarse, ya que su calificación inicial del aceite de oliva con una “D” suscitó críticas generalizadas y puso de manifiesto importantes deficiencias científicas.

Aunque en Nutri-Score 2.0 el aceite de oliva pasará a recibir una “B”, el hecho de que productos llenos de edulcorantes artificiales como la Coca-Cola Zero reciban la misma puntuación, e incluso superen la “C” otorgada a la leche entera, demuestra que el algoritmo sigue teniendo problemas fundamentales. Frédéric Leroy, científico especializado en alimentación, se ha preguntado con razón cómo es posible que tales productos reciban una puntuación Nutri positiva cuando, para empezar, “no ofrecen ningún valor nutritivo”, a diferencia del aceite de oliva y los productos lácteos naturales, ricos en micronutrientes.

En este sentido, es comprensible que la Autoridad Nacional Rumana de Protección de los Consumidores prohibiera el pasado otoño la etiqueta Nutri-Score, y que las autoridades checas y polacas expresaran su preocupación por el enfoque excesivamente simplista de la etiqueta y sus repercusiones negativas para los agricultores locales.

La PAC deja fuera a los pequeños agricultores

Una tendencia menos visible, pero muy insidiosa, está agravando significativamente los retos a los que se enfrentan los agricultores de los PECO: la concentración de la tierra.

La estructura de la Política Agrícola Común (PAC), el programa de subvenciones agrícolas de la UE, ha sido la principal culpable, ya que las subvenciones pagadas por hectárea incentivan la adquisición de más tierras por parte de las empresas agrícolas, favoreciendo así a las explotaciones más grandes y con más recursos. Por ejemplo, en Alemania, el 1% de las explotaciones más grandes recibe casi una cuarta parte de los fondos de la PAC, mientras que los agricultores más pequeños, que representan la mitad de las explotaciones, reciben un escaso 8%. Polonia, la gran potencia agrícola de Europa Central y Oriental, se caracteriza también por un elevado porcentaje de pequeñas explotaciones y una gran disparidad de ingresos.

Esta situación ha provocado la progresiva expansión del tamaño y la disminución del número de explotaciones agrarias en Europa, que se han reducido en más de un 30% -o 5 millones de explotaciones- en los últimos años, según un estudio de la UE publicado en 2022, siendo las pequeñas explotaciones las más afectadas y los recién llegados cada vez más expulsados por la subida de los precios de la tierra, mientras que el número de grandes explotaciones aumentó en un 7%.

La reforma de la PAC lanzada en enero, que ofrece un rayo de esperanza, muestra un renovado interés por la equidad y el apoyo a los pequeños agricultores, con nuevas medidas que incluyen mecanismos de redistribución de las subvenciones, financiación inicial para los jóvenes agricultores y una mayor flexibilidad local, aunque la supresión del sistema de financiación por zonas sigue sin estar sobre la mesa.

Reajustar las relaciones entre Bruselas y los PECO

Aunque los agricultores de los PECO ya se enfrentan a graves presiones, éstas podrían empeorar mucho más si fracasa el acuerdo sobre los cereales del Mar Negro y aumentan las exportaciones ucranianas por las rutas solitarias de la UE, una situación que Rusia estaría dispuesta a aprovechar. Además, ante la caída del apoyo de los agricultores en vísperas de las próximas elecciones, la UE tiene tanto la obligación de adaptar sus políticas en consecuencia como una gran oportunidad de restablecer sus dañadas relaciones con los PECO.

En este contexto, Bruselas puede dar un paso al frente y mostrar un liderazgo sólido y fundamentado en favor de estas comunidades agrícolas cruciales en las que Polonia y otros gobiernos de la región no han cumplido. En el proceso, la UE podría mostrar una nueva cara y ayudar a prevenir un retorno vengativo del populismo antiliberal en la región que una victoria del SMER-SD liderado por Robert Fico en las elecciones eslovacas, una reelección del PiS en Polonia y una reactivación del motor Hungría-Polonia dentro del Grupo de Visegrado engendrarían, con implicaciones obvias para la unidad de la UE y la influencia regional de Rusia.

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