En medio de las altas temperaturas de septiembre, que tomaron por sorpresa a los científicos del clima de todo el mundo, la apasionada petición del Papa de una postura renovada frente al cambio climático resonó profundamente. Su exigencia de que los países ricos e industrializados introduzcan cambios significativos para combatir esta crisis fue oportuna y significativa. Almismo tiempo, expresó las verdades incómodas de la negación del clima y las repercusiones del consumo desenfrenado, escriben Ashfaq Zaman y Anir Chowdhury.
Sin embargo, su afirmación de que un país productor de petróleo tiene intereses contrapuestos cuando acoge una cumbre de la ONU sobre el clima, en relación con la gestión de los EAU de la cumbre sobre el clima COP28, me hizo reflexionar.
Como diplomático experimentado de Bangladesh -un país que lucha enormemente contra las adversidades inducidas por el clima- agradezco la intervención del Papa. No podía llegar en un momento más crucial, y hay que actuar en consecuencia. Pero lo que me preocupa es que la exclusión de las naciones productoras de petróleo de las negociaciones sobre el clima pasa por alto los retos cruciales a los que se enfrentan países en desarrollo como el mío.
A Occidente, con su larga historia de excesos de carbono en la marcha hacia la industrialización, le resulta demasiado cómodo señalar con el dedo a países como los EAU. Es un poco irónico, dado que muchos países en desarrollo se enfrentan ahora a una paradoja: la urgencia de desarrollarse, pero con un presupuesto de carbono cada vez menor.
De las 98 naciones productoras de petróleo del mundo, hasta la mitad navegan por las agitadas aguas del desarrollo. La idea de que deben ser marginados para siempre de la celebración de una cumbre de la COP no nos ayudará, sin duda, a abordar el cambio climático con eficacia.
Sin embargo, el Papa apuntó con razón a la responsabilidad más profunda de las naciones más ricas. De hecho, Occidente lleva mucho tiempo retrasado en el cumplimiento de sus ambiciosas promesas de 100.000 millones de dólares para la financiación de la lucha contra el cambio climático, lo que aísla aún más a estas naciones en desarrollo de los diálogos fundamentales sobre el clima.
Sí, como instó el Papa, necesitamos distanciarnos urgentemente de los combustibles fósiles. Como representante de Bangladesh, el séptimo país más amenazado por el cambio climático, lo entiendo perfectamente. Sin embargo, no es tan sencillo. Dependemos de los combustibles fósiles para el 98% de nuestras necesidades energéticas. Un cambio precipitado, sin una sólida infraestructura de energía verde, podría causar estragos económicos.
Durante décadas, una narrativa occidental predominante ha contrapuesto erróneamente la urgencia medioambiental a las necesidades de desarrollo. Pero el papel de los EAU en la COP28 ilustra una aguda comprensión de las duras realidades económicas y científicas, a menudo pasadas por alto por los defensores del medio ambiente occidentales.
Las previsiones apuntan a un desalentador déficit energético del 20% para 2030, incluso si se triplica la capacidad mundial de energías renovables, como defienden los líderes de la COP28 y respalda la Agencia Internacional de la Energía. Cada vez es más evidente que los combustibles fósiles, aunque temporalmente, formarán parte del puente hacia un futuro sostenible. Lo que significa que tenemos que hacer todo lo posible para capturar la mayor cantidad posible de emisiones.
Esto hace que los argumentos a favor de diálogos inclusivos sobre el clima sean aún más potentes. El camino hacia un ecosistema energético sostenible debe ser colectivo, con la participación de todos, especialmente de los productores de combustibles fósiles.
Hace siete años, los Emiratos Árabes Unidos, un productor de petróleo pionero, adoptaron una visión postpetrolera. Su empresa petrolera estatal, Adnoc, pasó a una combinación de energías 100% limpias, aprovechando la nuclear y la solar. Su ambicioso plan de capturar 10 millones de toneladas de CO2 para 2030 contrasta con las ambiciones de captura de carbono de la UE, mucho menores.
Y aunque las inversiones en la expansión del petróleo y el gas han levantado ampollas, las iniciativas globales de los EAU en materia de energías renovables, valoradas en la friolera de 300.000 millones de dólares para 2030, subrayan su compromiso con un futuro más verde.
La COP28, bajo el liderazgo del Dr. Sultan Al Jaber, también se está aventurando donde ninguna cumbre lo ha hecho: en la revisión de un sistema financiero mundial obsoleto, con el objetivo de desbloquear billones en financiación de bajo coste para las naciones en desarrollo.
Lamentablemente, las promesas de Occidente en la última conferencia sobre financiación climática celebrada en Bonn volvieron a quedarse cortas. En cambio, la iniciativa de la COP28 de convocar a expertos para superar estos obstáculos financieros marca un cambio fundamental.
La próxima cumbre de la ONU se encuentra en un momento histórico. Es la última oportunidad para que la comunidad mundial se unifique en torno a unos objetivos que nunca antes se habían contemplado en ninguna COP anterior: triplicar las energías renovables, eliminar los combustibles fósiles en los que no se captura el carbono y dirigir la financiación climática a quienes están en primera línea de las amenazas climáticas. Nunca ha habido tanto en juego. Por eso el mundo debe atender urgentemente el llamamiento del Papa a la acción colectiva, también en la COP28.
