Las mentiras del Primer Ministro del Reino Unido han resultado finalmente demasiado para dos de sus ministros más importantes. Pero las dimisiones de Rishi Sunak y Sajid Javid del gobierno de Boris Johnson son sólo los últimos -aunque más graves- golpes a la credibilidad de un político que se ha encogido de hombros ante cada vergüenza y ha seguido adelante a pesar de todo, escribe el editor político Nick Powell.
“Se acabó. Gracias a Dios por ello. Amén y aleluya”, tuiteó uno de los críticos más acérrimos de la oposición de Boris Johnson cuando el Primer Ministro británico perdió a su Canciller (Ministro de Finanzas) y a su Secretario de Sanidad en el espacio de unos minutos. Pero el sacerdote convertido en político, Chris Bryant, podría haberse dejado llevar por sus deseos o simplemente haber aprovechado la oportunidad para pintar a Johnson como un hombre que debería irse, aunque se aferre a ello.
La política británica se había acostumbrado a la idea de que el Primer Ministro no puede despedir -o arriesgarse a la dimisión- del Ministro de Finanzas, que goza del barroco título de Ministro de Hacienda. Tony Blair, Gordon Brown, David Cameron y Theresa May tenían un solo canciller, al que no podían arriesgarse a perder.
Todos recordaron que Margaret Thatcher fue finalmente derribada por los acontecimientos que comenzaron con la dimisión del Canciller Nigel Lawson, aunque ella siguió un año más antes de que el predecesor de Lawson, Geoffrey Howe, diera el golpe fatal. Howe dimitió como su sustituto, lamentando haber permanecido leal “quizás demasiado tiempo”.
¿Estamos asistiendo a una repetición de aquellos acontecimientos? Johnson rompió las normas habituales de comportamiento político -como hace tan a menudo- cuando provocó con bastante descuido la dimisión de su primer canciller, Sajid Javid, en una disputa de segundo orden sobre asesores políticos. Ahora Javid, reincorporado al Gobierno como Secretario de Sanidad, ha vuelto a dimitir. El canciller Rishi Sunak también se ha ido, lo que supone un golpe aún mayor.
Sunak dejó claro en su carta de dimisión que él y Johnson ya no podían estar de acuerdo -o ni siquiera fingir estarlo- sobre el nivel de impuestos, pero también dejó constancia de su disgusto por el último escándalo en el que se ha visto envuelto el Primer Ministro. Las negaciones de que el Primer Ministro conocía las insinuaciones sexuales inapropiadas de un diputado, cuando le dio un alto cargo en el Gobierno, se han desvelado.
Es, por supuesto, un cliché político que al final son los encubrimientos los que hacen a los políticos. Pero los encubrimientos -sin duda- están en el corazón de la forma de operar de Boris Johnson. Está a punto de enfrentarse a una investigación por parte de otros diputados sobre sus mentiras acerca de las fiestas en el número 10 de Downing Street, cuando los eventos sociales eran ilegales en virtud de las leyes que él había introducido para combatir la pandemia de cólera.
De hecho, yo diría que el actual intento del gobierno británico de violar el derecho internacional, destrozar el protocolo de Irlanda del Norte y arriesgarse a una guerra comercial con la Unión Europea es esencialmente un intento de encubrir la mentira de Johnson de que había “conseguido el Brexit” cuando aceptó el protocolo en primer lugar.
¿Debe dimitir? Por supuesto que sí. ¿Lo hará? Probablemente sólo si sus diputados encuentran la manera de destituirlo. Tienen dos semanas para reescribir sus normas y llevar a cabo el asesinato político antes de que Westminster tome sus vacaciones de verano. Como observó un diputado, será como forzar a Rasputín bajo el hielo.
